viernes, 27 de abril de 2012

Luis Carlos Emerich


El deterioro de la materia ha sido el tema central de la obra plástica realizada por Héctor de Anda en las últimas dos décadas, pero la consecuente trasfiguración de las conformaciones de la superficie pictórica, así como de sus construcciones e instalaciones de objetos hechos con pedacerías de basura, ha dado lugar a tan diversos tratamientos como posibilidades de proyectar sus significados a múltiples campos semánticos.
            Su punto de partida fue la abstracción pictórica. Sus grandes cuadros casi monocromáticos matizados por accidentes texturales, de reminiscencia matérica-informalista, pronto le plantearon la necesidad de ocultar aquello que en cierto modo celebraba la vida mediante el uso lúdico de colores fuertes. Gamas de grises y blancos calcinados empezaron entonces a cubrir las superficies de su telas, pero dejando vestigios de la viveza cromática de sus fondos. Estas pinturas, con apariencia de aplanados de muros intemperizados, dieron lugar tanto a esgrafiados abstractos y figuraciones humanas elementales, como a la adhesión de materiales heterogéneos que le conferían su condición de objetos cuyo desahucio propició la invasión de tipos de graffiti semejantes a epitafios anónimos.
            El arteobjetista subyacente en estas azarosas composiciones acumulativas de materiales, figuraciones y garabatos sobre el espacio plano, se manifestaría decididamente al intervenir y resignificar objetos viejos auténticos (como las puertas y las ventanas de madera de demolición, en su serie titulada Umbrales, 1995) y a las construcciones simbólicas con fragmentos de objetos recogidos de las calles de la ciudad, como fue esa especie de pira funeraria constituida con más de mil placas de madera forradas con diversos papeles y telas, conteniendo semillas, pedazos de plástico y de fierros oxidados, que
amarradas con alambres, pintadas y parcialmente quemadas, utilizó como módulos constructivos, a manera de un lambrín rudimentario, de las caras de un gran cubo hueco titulado El otro viaje (1997). En esa década, motivado por la prematura muerte de muchos de sus allegados, Héctor de Anda afirmó no sólo el carácter votivo del tema único de su obra, sino también sus maneras de externar sus cargas emocionales.
            De allí que sus obras subsiguientes, realizadas con varillas corrugadas y “vendadas” con alambres de acero como momias, conteniendo piedras, madera de desecho y piezas elementales de terracota, adquirieran su apariencia de ruinas de estructuras “descarnadas” por el fuego y cubiertas de cenizas aún. Así, un duelo personal se manifestó en metáforas de la caducidad de la vida en general.
Pese al carácter de memento mori de los objetos e instalaciones de Héctor de Anda, hay en ellos un remanente lúdico, por ejemplo, en la adulteración de las proporciones físicas de sus sillas de acero, que hacen imaginar “giacomético” al precario ser que pudiera usarlas; o bien, en sus árboles con alma de acero y fronda de discos y cilindros de terracota alternados, que al formar “bosques” recuerdan en cierto modo los juegos de soldaditos de plomo; e incluso sus castillos o armaduras de acero de columnas de obra negra, que por el sólo hecho de denominarlos “confesionarios” hacen imaginar petrificada la figura del confesor y, por tanto, de la acumulación de culpas. De manera similar, pero ahora un tanto poética, se puede atribuir a sus “jaulas” la misión de recoger y solidificar la lluvia, pues estas obras expuestas bajo el título de Petrificaciones (1999) sugieren un mundo consumido por el fuego cuyos esqueletos siguen erguidos aún por la fuerza de sus dignidades pretéritas.
En Petrificaciones está implícita la nostalgia de conceptos arcaicos de trascendencia y eternidad; sin embargo, cuando De Anda “viste” este mismo tipo de objetos con materiales de apariencia inalterable -como la obsidiana pulida-, los torna suntuarios, acaso sacros y, por ello, atesorables y hasta venerables. Así que no es posible asegurar que entre la pérdida de la dignidad material y la obtención de la espiritual, De Anda lamente la inrreversibilidad del deterioro material, o bien, celebre la perdurabilidad de la belleza plástica de la ruina.
            En 2000, la exposición Fósiles urbanos constituiría, por una parte, la síntesis de sus planteamientos pictóricos y collagísticos y, por otra, el inicio de una línea de exploración formal del tema de la belleza del deterioro (y viceversa), pero ahora con un referente específico que trascendía lo personal para asumirse publico ─los anuncios publicitarios denominados “espectaculares”─ cuya diversidad de tratamientos plásticos, conceptuales y performáticos ha justificado su prolongación hasta el presente.
En un momento de proliferación desmedida de estos anuncios en la ciudad de México, De Anda se centró primero en sus aspectos puramente plásticos. Sus paráfrasis pictóricas de las imágenes, logotipos y letreros de los anuncios publicitarios desarticulados mediante la conmutación del orden de sus paneles verticales en los lapsos entre un anuncio y otro, no sólo son versiones irónicas del paisaje urbano convertido en un aparador o cartelera enajenante, sino reflexiones sobre la “incoherencia” significativa de la imagen, cuyo deterioro resulta más interesante que su original. Pero si más allá de su propósito meramente formal estas pinturas ─que fueron expuestas bajo el título de Fósiles urbanos para referirse a la ciudad como a un cementerio “espectacular”─ pueden recordar por igual a algunas obras de Paul Klee y al pop art, es porque su juego vincula maliciosamente el rigor intelectual de la historia del arte del siglo XX con la supuesta frivolidad del imperio de la publicidad visual actual.
El siguiente enfoque del espectacular, fue conceptual y performático. La intervención personal directa de decenas de anuncios espectaculares auténticos, desocupados temporalmente, en la ciudad de México en 2002, es el proyecto más ambicioso de Héctor de Anda. Hoy, que todavía permanecen algunos testimonios de su realización, se puede concluir, primero, que el hecho de que un artista se “apropie” de un anuncio visto por millones de personas y lo declare obra de arte, no tiene el efecto que presuponen las capacidades del medio intervenido si la crítica de arte no lo certifica. Y, segundo, que esta propuesta conceptual corroboró que el medio publicitario tenía tal fuerza cohesiva que trascendió escasamente al medio artístico. Aun cuando este operativo se iniciara con la intervención personal de un espectacular por el artista, lo develara ante una enorme cantidad de público reunido en la terraza de un edificio vecino y el proceso de apropiación de múltiples anuncios situados por toda la ciudad durara casi un año, este trabajo tan complejo como colosal sólo demostró que la idea, como decía Borges, no precede a la obra, sino al contrario.
Pero De Anda no cejó en su esfuerzo y, en 2005, llevó al museo lo que la calle no le confirió. Una exposición itinerante de obras pictóricas de su autoría inspiradas en el desordenamiento y envejecimiento de las imágenes de espectaculares, confrontadas con los paneles desarmados de un anuncio auténtico en varios museos de la República Mexicana, quizás haya sido la mejor respuesta a este trabajo: en México un discurso que recuerda el sueño beuysiano del continuo arte-vida sólo se logra confinándolo a los espacios de exhibición de arte convencionales.
En 2006, una nueva metáfora matizó la reflexión a propósito de los espectaculares y la construcción y la desarticulación de la imagen. La analogía planteada por De Anda entre la estructura modular de los cajones de cimbra de madera para la construcción arquitectónica tradicional y la de los módulos del anuncio espectacular, fue la premisa de una serie de pinturas en las cuales el juego entre las cimbras pintadas a manera de espectaculares desordenados y cimbras pintadas de negro metaforizaban conceptos de vida útil limitada tanto para un implemento de construcción desechable como para la imagen publicitaria, tan efímera como los productos que anuncia.
Así que, una reflexión sobre el caos creado por los espectaculares en la ciudad de México, dio lugar, primero, al encuentro de la belleza incluso en la ilegibilidad de la imagen, luego, en el establecimiento del parangón entre vehículo publicitario y vehículo artístico, y después en la retroalimentación entre los lenguajes artísticos y publicitarios, para alcanzar su clímax en el convencimiento de que lo novedoso nunca deja de ser esencialmente arcaico.
La obra actual de Héctor de Anda parece plantear una pregunta capciosa al neoconceptualismo. ¿Qué habría que observar, por ejemplo, en esas especies de quilts realizadas con bolsas de plástico termoimpresas, que él denomina “impermeables”, si se desconocen sus antecedentes? La posible respuesta al refinamiento al que han llegado estas nuevas versiones de sus objetos votivos, quizás consista en identificar lo que guardan esas bolsas. Y lo que guardan es una síntesis del trabajo de dos décadas dedicado al mayor de los enigmas, que Héctor de Anda ha intentado resolver desde su pieza titulada El otro viaje.